domingo, 30 de agosto de 2009

"Si se mueven... ¡¡Mátalos!!"




THE WILD BUNCH (GRUPO SALVAJE)
Año: 1969
Director: Sam Peckinpah.
Guión: Roy N. Sickner, Walon Green, Sam Peckinpah.
Fotografía: Lucien Ballard.
Intérpretes: William Holden, Ernest Borgnine, Robert Ryan, EdmondBrien, Warren Oates, Ben Johnson, RyanNeal, Jaime Sánchez, Bo Hopkins, Emilio “El indio” Fernández, L.Q. Jones.

Entre los años 1967-69 el Imperio yankee vivía una etapa convulsa, el verano del amor pasaba a ser el infierno del amor, los hippipis ya no eran tan felices, Vietnam sumaba bajas al censo, los tripis y demás drogas tomaban las mentes de las florecillas, los Kennedy y Martin Luther King eran asesinados, se multiplicaban las manifestaciones, aumentaban los disturbios callejeros, el tradicional sistema de estudios de Hollywood llevaba años decayendo con la aparición de directores que buscaban la independencia. Gente como Arthur Penn, Stanley Kubrick, Sidney Lumet, Robert Altman, John Cassavetes... Mientras tanto el director de cine con más pelotas que haya existido jamás, llevaba a todo un equipo de actores, técnicos y figurantes al límite de sus posibilidades en un lugar en tierra de nadie situado entre Méjico y Texas, dentro del estado chicano de Coahuila, para rodar la memorable película Grupo Salvaje (The Wild Bunch,1969) Su nombre: David Samuel Peckinpah.
Genial, putero, machista, bebedor, solitario, individualista, nihilista, autodestructivo, romántico, físicamente imponente, sentimental, poseído por mil demonios internos, duro, liberal –por si alguien ya está pensando que va a leer sobre un fascista- Odiado y amado a partes iguales. Nació en 1925, en Fresno, California. Circulan muchas leyendas sobre su origen. Casi todas fomentadas por el propio director. Solía dar a entender que provenía de indios americanos, otras veces de familia de cazadores de las montañas, otras de buscadores de oro... Sobre todo en sus últimos años de existencia, pretendía ofrecer a los diversos entrevistadores su propia imagen proyectada en uno de los personajes de sus novedosos y revitalizadores westerns. Pero en realidad fue el segundo hijo de una rica familia californiana. Sus correrías y aventuras vinieron después.
Sam dio sus primeros pasos en el mundo de la televisión, con series como Rifleman o The westerner en las que ya se entreveían detalles de un talento fuera de lo común. Eran los años 50, la televisión americana paría series como Twilight Zone y la posterior hornada de cineastas, denominada como “generation tv”, facturaban series y programas de calidad mientras en el resto del mundo apenas existía ese artefacto. En nada se parecía el medio al pestilente negocio que tenemos en la actualidad, quizá por la ingenuidad de todo aquello que da sus primeros pasos. Hoy en día la caja tonta -subnormal, analfabeta y patética- es un aparato eléctrico para vender bienes de consumo, crear modas absurdísimas y enlazar una pobreza mental tras otra. Manda la publicidad, no el talento, manda el dinero, no la calidad de los programas.

El primer film de Samuel fue The Deadly companions (Compañeros mortales, 1961) con la hermosísima Maureen (The quiet man, El hombre tranquilo, 1952) O´Hara. Pero la que catapultó a Peckinpah hacia las agendas de los jefazos de diversos estudios fue Ride the High country (Duelo en la alta sierra,1962) un espléndido espectáculo en un pueblo salvaje y agreste de mineros, perdido en las montañas con todos los ingredientes del mejor western y muchas novedades para el género. Protagonizada por Joel MacRea, Randolph C. Scott y Warren Oates.
Después llegó Mayor Dundee, 1963, protagonizada por “tito” Charlton Heston -no le vayamos a juzgar por Bowling for columbine y el asunto de los armas, que este hombre ha hecho Planet of the apes (El planeta de los simios, 1968), Soylent Green (Cuando el destino nos alcance,1973), The agony and the ecstasy (La agonía y el éxtasis, 1961) Ben-Hur(1959) El Cid (1961) y tantas otras memorables interpretaciones, aparte de ser un defendor de los derechos civiles en los sesenta-
Mayor Dundee se centra en una brigada de soldados norteños durante la guerra de secesión, que se degradan en sí mismos: peleas, odios y rencores en el mismo bando, sin olvidar las acciones contra el enemigo, aunque éstas quedan relegadas a un segundo plano argumental. Sin embargo, miles de problemas impidieron a Sam acabar la película como era debido, obligándole a desafiar a la Columbia Pictures. El resultado: la película sufrió más mutilaciones que un violador en prisión. En la primera proyección delante de todo el equipo, el director se bebió una botella de whisky entera y la rompió abandonando la sala mientras gritaba miles de improperios. Kris Kristofferson y Bob Dylan pueden dar fe de esta mala hostia del Sam en los 70, cuando tras The Getaway (La huida, 1972) era un hombre consagrado incluso comercialmente.
Se disponían a ver los resultados de los primeros días de rodaje de Pat Garrett & Billy The Kid (1973), y unos problemas de lentes provocaban que el material estuviera desenfocado. Sam comenzó a lanzar improperios botella en mano, se dirigió hacia la pantalla, sacó el pene y la orinó, ante la mirada atónita del equipo de rodaje.
Tras Mayor Dundee, Sam decidió retirarse a reposar, asumiendo su derrota, esperando su oportunidad.

Comenzó a dirigir The Cincinnati Kid (El rey del juego,1965) (Finalmente dirigida por el artesano Norman Jewison), pero tras filmar la primera secuencia, fue expulsado. ¿Porqué? Puso a una señora en pelotas encima de una mesa de jugadores de póker. Algunos cineastas (y trabajadores en general) se bajan los pantalones ante los ejecutivos y altos cargos para salvar sus culitos, pero nuestro querido Sam no. Lo cual le honra, demuestra la seguridad en su talento y además ¡qué hostias! todos los grandes tuvieron que luchar por sus ideas frente a cuadriculadas mentes encorbatadas, encorsetadas y carcamales sin puñetera idea de nada.

Cuatro largos años de sequía para la bestia. En 1967 apareció un excelente guión firmado por William Goldman, Butch Cassidy and Sundance Kid (Dos hombre y un destino,1969). El guionista sabía que tenía su quimera del oro, así que sacó a la 20th Century Fox una millonada y cláusulas sobre su trabajo muy ventajosas. La brillante historia fue dirigida por George Roy Hill, The Sting, (El golpe, 1973) y Slaughterhouse 5, (Matadero 5, 1972).

El guión de Goldman, ofrecía múltiples arcos argumentales. El grupo de Butch Cassidy, el último y legendario fuera de la ley del viejo Oeste, era llamado “The Wild Bunch”. La Warner tenía una copia del guión, pero no la cantidad astronómica de dinero que puso encima de la mesa la competencia.
Roy N. Sickner y Walon Green, dos guionistas en nómina de la productora, tenían la orden de reescribirlo y reinventarlo, cambiando los nombres y utilizando alguno de los arcos trazados por Goldman, para competir en los cines con Butch Cassidy. Éste proyecto, fue a parar a manos de Sam Peckimpah, y nos podemos sentir satisfechos.

Sam y otro guionista, Jim Silke, apuntalaron el guión, que gracias al azar o quien sabe qué razones, fue incorporando en los prolegómenos al inicio del rodaje todos los elementos para convertirse en un clásico. Los nuevos “outlaws” de esta historia son un grupo de mercenarios. El líder del grupo en esta historia es Pike Bishop, y el escenario, la frontera Mexico-Americana, año 1913, durante la revolución de Pancho Villa. El grupo salvaje, enfundado en unos trajes del ejército para no llamar la atención y tras divagar con mayor o menor fortuna sobre sus fechorías se alía con el General Mapache para proveerle un arsenal de armas americanas necesarias para su lucha contra Villa. Entre ellas una potente ametralladora, que ya es legendaria en la imaginería del cine de acción. He aquí el conflicto básico. El mexicano que forma parte del grupo es de un pueblo asediado por Mapache y sólo acepta realizar el encargo si una parte del armamento se desvía a los de su tierra para hacer frente a la crueldad del General. También tiene un lío de faldas que le enfrenta con más rabia al militar. El grupo acepta, pero Mapache se da cuenta del engaño y captura a Ángel, el camarada mexicano. El grupo se debate entre abandonarlo a su suerte: una muerte lenta, agónica y vergonzosa; O acudir a la llamada del honor, para morir con él. ¿Qué pueden hacer cuatro hombres contra todo un ejército? ¿Qué importa la muerte cuando es lo mejor que puede sucederle a un grupo de hombres sin destino? ¿Acaso la huída constante es una forma de vida? ¿Alguno de ellos tiene algo por lo que merezca realmente la pena permanecer en este tornadizo mundo moderno?

Sam sentía que ésta era su película, su guión, su momento. El lugar era uno de sus preferidos en todo el planeta, la historia trataba de hombres derrotados pero no perdedores, miserables pero con gran sentido del honor y de la amistad. Los estudios confiaban en él, por primera vez en todos los aspectos y Sam estaba hambriento de cine. Necesitaba volver a dirigir para calmar su síndrome de abstinencia y expulsar toda su cólera. Comenzó a buscar localizaciones en el México más agreste sintiendo ya algo especial. Peckinpah y Chalo González, tío de Begoña la esposa mexicana de Sam, -pasó por la vicaría varias veces pero su vida marital fue siempre un desastre- se marcharon al estado de Coahuila para beber, repasar todos los sucios y polvorientos lupanares que encontraron en su camino y buscar los escenarios idóneos. Después vino la selección del casting. En un principio la Warner tenía en nómina a Lee Marvin, y era el que estaba en boca de todos para protagonizar la película en el papel de Pike Bishop. Pero tras ganar un oscarcito por el peliculón Dirty Dozen, (Los doce del patíbulo,1967), su manager le aconsejó que cambiase de registro y nuestro querido Lee aceptó un musical (¡!)

Comenzaron a barajarse nombres estelares y finalmente el elegido fue el chico dorado de la post guerra, William Holden, un galán venido a menos, una belleza arrebatada por la botella de alcohol, la edad (50 años) y la melancolía. El actorazo de Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses,1950) y The bridge on the river Kwai (El puente sobre el río Kwai, 1957) era perfecto y reunía todas las claves del personaje: su edad, la dureza, derrotado por la vida, desengañado, sin rumbo fijo, con mucha masculinidad, nobleza y la dignidad para los que los buenos tiempos acabaron. Eso era Holden a finales de los 60.

Un detalle curioso ocurrió cuando Peckinpah pidió a Holden que se dejara un bigote como el que él lucía para darle a Pike una nueva característica física. William respondió: “¡Ni de coña,!”. Pero cuando empezó el rodaje, Holden llevaba el bigote y según el equipo de rodaje a medida que pasaban los días, Pike Bishop se asemejaba cada vez más a un alter ego de Sam Peckinpah. Holden había añadido a su personaje gestos, posturas y maneras de hablar de su director. Seguro que Sam lo agradeció, porque se sentía cercano a Pike Bishop.

Para el segundo en comando del Wild Bunch, Dutch, el elegido fue Ernest Borgnine, uno de esos grandes secundarios, que no pasa desapercibido para una minoría atenta de espectadores. El resto del grupo lo compusieron: EdmondBrien en el papel del más viejo de los mercenarios, Freddie Sykes; Warren Oates y Ben Johnson como los Gorch Brothers; Jaime Sánchez en el importante papel del mexicano Ángel. El perseguidor del grupo, Deke Thorton pagado para dirigir a un grupo de cazarecompensas por magnates de ferrocarriles, bancos y el propio gobierno del Estado, hartos de las pérdidas que Pike and Co. les causan. Él es el único que conoce bien al grupo. Porque es de su misma naturaleza, un calco de Pike Bishop, todo un hombre. Robert Ryan interpretó a Deke, instrumento para la caza legalizada de hombres. Aquellos que redactan las leyes y tienen la pecunia, son impunes para revertirla a su antojo. Algo tan habitual en aquellos tiempos... Y en éstos que corren. Se inventan un árabe malo y peligroso. Con esa excusa invaden un país, lo destruyen todo excepto sus fuentes de recursos para quedárselos, y luego lo “reconstruyen” todo con cuatro o cinco amigotes ricos que se van a enriquecer más con sus enormes multinacionales. Lo malo es que antes todo quedaba en el Far West, ahora es en cualquier lugar del planeta en donde exista olor a dólares. ¡Viva la ley y la democracia!. Como dice Deke Thorton, “¿Qué se siente? ¿Qué se siente, que le paguen a uno para dirigir la caza legalizada de hombres?” Su personaje evoluciona a lo largo de la historia, acercándose cada vez más al sentir del grupo al que da caza. Sintiendo que ya nada vale la pena: lo único que hay en este mundo es hijos de puta, gentuza y poco se puede hacer para cambiarlo, es inútil gastar energías, mejor ser un cabrón equiparable para sí mismo.
Sólo nos queda el despótico general Mapache, aliado de Huerta en la lucha contra los revolucionarios que ejerce su poder de demente, alcohólico y animal en el fuerte de Agua Verde. El actor elegido para encarnar al general fue Emilio Fernández “El indio”, director de películas de pistoleros, que en la realidad vivía en un castillo con un harem de niñas mexicanas de 15 años ¿Quién mejor para interpretar al loco Mapache? Completando el reparto, secundarios como L.Q. Jones, Bo Hopkins o Alfonso Arau.

Las mujeres que aparecen en la película interpretan papeles de prostitutas de Mapache.
Mientras tanto el director presionaba al estudio para poder seleccionar a los técnicos con los que se sentía más a gusto. Gente que conocía y con la que se sentía seguro, ningún papanatas o listillo con ganas de joder. Ésta era SU película, más que ninguna otra. El veterano Edward Carrere fue elegido como director artístico. Los edificios de la ciudad de Parra, los puentes sobre los ríos de exteriores, el tren, la aldea, los prostíbulos, el fuerte, tenían que tener un aspecto de dejadez, la imagen de algo usado, destartalado. La aldea mexicana de Ángel es un idílico lugar visitado por el grupo, donde se viven los únicos momentos de calma de la película, con un río, árboles, chozas, gente afable; Es una especie de paraíso, la antítesis del fuerte de Mapache, Agua Verde, una especie de Sodoma y Gomorra, alcohólica y degenerada.
Todo tenía que parecer de 1913, y Carrere lo consiguió, realizando un trabajo espléndido. Cierto es que a veces el realismo no acompaña a la historia, pero recurriendo a las palabras de Sam: “Yo no hago documentales”. Gordon Dawson en la sección de vestuario y atrezzo, muy importante en esta película como luego veremos. Las armas, los trajes de militares americanos y mexicanos son un elemento esencial en Grupo Salvaje. Un dato, se usaron durante el rodaje 239 armas; entre rifles, automáticas, pistolas y revólveres, y más de 90.000 balas de fogueo. Más munición que en toda la revolución mexicana. Todas las armas del Grupo Salvaje y las que roban, para los obsesivos documentalistas, son las usadas en aquel entonces por la US. Army.
El gran director de fotografía Lucien Ballard, predicador que lleva a sus fieles cantando una canción religiosa. Unos niños juegan poniendo un escorpión a merced de una colonia de hormigas al paso del grupo. El poderoso arácnido, a merced de las pequeñas trabajadores. Ésta fue la metáfora sugerida a Sam por Emilio “El indio” Fernández. El grupo es el escorpión noble y valiente que sin embargo, va a ser devorado por un grupo de hormigas inútiles. A Sam le pareció genial e hizo las llamadas pertinentes para llevar inmediatamente escorpiones a México.
Comienza el vertiginoso montaje en paralelo que haría cagarse de placer a Eisenstein y Kulechov en sus tumbas. Si la película se rodó en casi tres meses, el montaje llevó seis largos meses. Como decía Orson Welles, “El mejor tren eléctrico que se le puede regalar a un niño como yo es una sala de montaje”, Peckinpah debía de pensar lo mismo y decía “tengo que pulir la joya en el montaje”. Sam se quedó en México, para que sólo él y Lou Lombardo, el editor seleccionado por él mismo, metieran mano a los ¡110.889 metros! de película total impresa. No quería más problemas ni mutilaciones no deseadas. Probaron muchas cosas en cuanto a velocidades, se obsesionaron con el ensamble de varias acciones paralelas en el tiempo, eliminar un sólo fotograma era motivo de seria discusión y con la inserción del sonido, Sam quería que pareciese real. Seis pistas de sonido, cada arma con su sonido característico y distinto de los demás. Las explosiones debían sonar como tales y no parecer sonido enlatado, todo lo que es destruido tenía que sonar insertado en medio del torbellino violento. En fin, una obra de artesanía de edición, milimetrada y obsesiva.
La música de la película fue compuesta por Jerry Fielding, afamado compositor, que logró una de las mejores bandas sonoras del cine de acción, remarcando a la perfección todas las escenas y sirviendo al argumento. Ese es el acierto de un buen acompañamiento musical, que no esté fuera de lugar y que tenga que ver con lo que se está narrando, que sirva de contrapunto y para apuntalar la historia. Sam no estaba contento con la música de Fielding en un principio y le envió una carta al músico en la que le decía de todo menos cosas bonitas. Fielding acudió a una entrevista personal con Peckinpah, herido en su orgullo y fuera de sí. Explicó las razones de su elección musical y por qué le parecían apropiadas para cada escena, defendiendo apasionadamente sus composiciones y obligando a la bestia Peckinpah a ceder, reconociendo su error. Los arreglos musicales de la película son inolvidables y es todo un ejemplo de cómo se debe orquestar una película de acción.
La primera frase del film no puede ser más genial: “Si se mueven... ¡Mátalos!”. El atraco comienza, el grupo sufre una emboscada y la primera secuencia de acción brutal se desencadena, para abrir la historia de manera bestial y sanguinolenta. Sam había intentado el ralentí en Mayor Dundee sin demasiada fortuna. En Grupo Salvaje todas las escenas de acción fueron rodadas con seis cámaras, cada una con una velocidad distinta. Tenemos varias con la velocidad normal, 24 fotogramas por segundo y el resto captando a 60 fps, otra a 90 fps, otra a 120 fps. En el montaje se ensamblarán los fragmentos de película, tomados desde distintas posiciones de cámaras, con distintas velocidades, pero todas correspondientes a una misma acción. El resultado es un ritmo frenético y una sensación más vívida e impactante de lo que acontece. La intención de Sam con esta técnica era penetrar en el corazón mismo de la violencia, captando su seducción pero también su horror. “El ser humano es violento por naturaleza y no veo nada malo en mostrarlo tal y como es” dixit.
La película se centra en forajidos con pocos sentimientos y desde luego no se van a comportar como niñas de colegio de monjas. En esta secuencia de apertura tenemos estómagos reventando, hombres cayendo de edificios, tipos mordiendo el polvo, mujeres y hombres inocentes acribillados por el fuego cruzado, disparos por todas partes, gente volando por los aires, ventanas estallando, madera horadada por las balas, caballos relinchando, sangre, confusión... todo al mismo tiempo. ¡Parece que uno está allí en medio de todo el caos! Esa es la mayor brillantez de las escenas de acción de esta película y del famoso ralentí. Nadie había conseguido esto hasta la fecha. Más tarde la técnica ha sido y es imitada en infinidad de ocasiones.
Pasada la larga etapa de pre producción, con Sam contento por todo lo logrado y el convoy con todo el crew yankee en territorio mexicano, llegaba el momento para encender las luces, los motores y que nuestro bestia predilecto, de pie junto a su asistente de dirección Clifford Coleman, gritara “¡ACCIÓN!” el día 25 de marzo de 1968. Y también vociferase muchas cosas más. El repertorio de Peckinpah incluye miles de Fucks!!! Motherfuckin´ bastards!!! What´s the fuckin´ hell is going on!!! Goddamned motherfuckers!!! y Son of a fuckin´ bitch!!! No estamos ante una maricona almodovariana, tenemos a un maldito hijo de puta que tiene una película violenta y de hombres en la cabeza, que no usa story-boards porque no los necesita y dirige pistola en mano. La leyenda de la dureza de Peckinpah es corroborada por casi todos sus actores y colaboradores. Nuestro hombre escondido tras sus gafas de sol o sin ellas, con el fuego de sus ojos, imponía un respeto fuera de lo común, soportarle no era fácil, pedía una intensidad máxima, una dedicación como la suya, sobre todo en este proyecto. Muchos trabajadores eran despedidos por cualquier mínimo detalle. En esta película fueron 22 exactamente. La enfermedad en este caso, era el afán de perfección y también el deseo de materializar con exactitud lo que su cabeza andaba buscando. Una vez comenzado el rodaje, el horario de Sam era desde las cuatro de la madrugada que ponía sus pies en tierra, a una de la madrugada que finalizaba su jornada de 21 horas, guión en mano para reposar sus huesos un rato. En los primeros seis días de rodaje se expusieron a la luz más de 7 kilómetros y medio de película, con 131 posiciones de cámara. Ésta vez no hubo alcohol, ni putas, habituales en las noches de otros rodajes, sólo The Wild Bunch, su obsesión durante 80 días, hasta la última semana de junio del 68.
Algunas de las brillantes escenas de la película, tienen su lugar de honor en la historia del cine. A lo largo de las 1288 posiciones de cámara de The Wild Bunch, pasaron muchas cosas reseñables. La película se abre con unos brillantes créditos que pasan del color al blanco y negro sobre el cual se imprimen los rótulos. El grupo salvaje se dirige hacia el pueblo de Parras para robar un banco mientras un predicador lleva a sus fieles cantando una canción religiosa. Unos niños juegan situando un escorpión a merced de las hormigas al paso del grupo.
El robo del tren de las armas, fue otro momento de tensión. Sam no usaba story board y muchas veces sólo él sabía cómo se iba a rodar una escena. Solía caminar con Lucien Ballard para indicarle las posiciones de cámara y después se dirigía al resto del equipo para comentarles sus tareas. Los raíles de travelling, las crab dollys, los vehículos de cámara, todo preparado, los actores, en su sitio y un tren que va a ser asaltado en marcha. Todo rodado con diversas acciones paralelas, si es posible de una vez. Hubo problemas con la velocidad del tren, con la llegada a tiempo de Pike (Holden) a la cabina del maquinista, con la salida de los caballos tras el robo, con el desenganche de los vagones que dejaban al grupo con la máquina a todo trapo y las armas en su poder, pero... tras la confusión que reinaba antes de encender motores, aparecía la magia de una nueva brillante escena que podía ser enviada a positivar al laboratorio. Tras el robo, la persecución. El grupo se va a deshacer de sus perseguidores haciendo volar un puente de madera, construido por Edward Carrere y sus colaboradores. De esta manera el río permitirá a nuestros forajidos favoritos escapar con tranquilidad. Los cuatro dobles de acción están acojonados. La voladura va a hacerse con dinamita auténtica, Sam ha obligado a los de efectos especiales a poner el doble de la normal, la corriente del río es muy grande el día que rodaron y ellos tienen que montar sus caballos. Cuando el puente se vaya al carajo, caerán todos al río. Estos animales en el agua son muy peligrosos, no pisan terreno firme y comienzan a patalear ferozmente porque sienten miedo, con lo cual, las cabezas y cuerpos de los dobles están a merced del azar. Volar por los aires, esquivar los restos de madera que se desprenda del puente, la corriente diabólica del río y las poderosas patas de los caballos. Cuatro peligros, pero sobre todo el ecuestre y el dinamitero. Llegado el tenso momento, las cámaras registran la escena: la brutal explosión, dobles y caballos al agua. Minutos de silencio, los restos del puente a la deriva, los dobles nadando hacia la orilla, los caballos pataleando y finalmente se tiene la escena sin ningún accidente. El único desperfecto, una cámara Arriflex que cayó al río. Uno de los dobles decía que nunca volverá a trabajar “con ese hijo de puta de Sam Peckinpah” pero se marcharía a su casa con una extraordinaria cantidad de dinero. Más fragmentos de una obra maestra registrados ante las cámaras.
El momento culmen de la película es más grande que la vida. Los miembros que quedan del grupo han recibido el dinero de Mapache, pero han visto como su amigo Ángel está sirviendo de vergonzoso juguete para las hordas alcohólicas del General. Se relajan con putas cerca del fuerte, pero no se quitan de la cabeza la imagen de su amigo humillado. De repente Pike Bishop, paga a la prostututa, sale del antro y se dirige a sus compañeros “¡Vamos!”, Dutch (Borgnine) responde, “¿¡Por qué no!?” sus miradas dicen el resto. Tampoco sabía nadie cómo se iba a rodar el final de la película.

Para comenzar Sam le dijo a su asistente, “vamos a hacer una cosa caminando”. Puso la cámara en una grúa y dio indicaciones a los actores. Situó a varios mexicanos para que tocaran la guitarra a unos metros de la puerta del fuerte de Mapache, el grupo comenzó a caminar y la cámara a rodar la escena. Quedaron así inmortalizados esos fotogramas dorados, en los que los Gorch Bros., Pike y Dutch, se dirigen hacia la apocalíptica lucha del fuerte de Aguaverde, fusiles en mano y que es uno de los fotogramas más hermosos del film. Se puede masticar la tensión, la emoción y se siente que algo tremendo va a suceder. Es el perfecto preludio de una de las secuencias más grandes que se hayan visto en una pantalla y Sam lo había preparado todo en cinco minutos. La lucha final, otra vez todo el equipo si saber exactamente qué tienen que hacer. Esta vez eran cuatro contra 200 soldados, demasiados movimientos de figurantes y las posiciones de cámara no pueden fallar. Colocó las cámaras con su fiel Lucien como de costumbre. Unas simples indicaciones al grupo, unas cuantas a los figurantes y demás actores. El problema los trajes. Va a haber más disparos y más heridas en esta secuencia que en el resto de la película, el rojo los va a teñir totalmente. Gordon Dawson está preocupado, los soldados mexicanos tienen que ser rodados varias veces, pero una vez que las cargas estallan para disparos-heridas, los agujeros y la sangre ya están hechos para siempre. Coserlos lleva mucho tiempo, así que la solución de Dawson fue pintarlos con un pequeño punto de costura y así se podían reutilizar. El trabajo durante esta secuencia para la sección de vestuario fue infernal, sin tregua para tenerlo todo a punto.

El grupo se planta ante Mapache, Ángel está agonizando y es asesinado en sus narices. Ellos se miran con seriedad pero de repente comienzan a reír, saben que el final está cerca y no les importa. La vida a ellos ¡Se la suda! Primero la calma, luego la tempestad. Sacan sus armas y a tomar por culo, a por ellos, sin temor, sin piedad y sin posibilidad de marcha atrás, sin cuartel. De nuevo las cámaras a distintas velocidades, disparos, gente cayendo, cadáveres, sangre corriendo por todas partes, gritos, violencia en estado puro. Pike Bishop se hace con la ametralladora y comienza a achicharrar a todo bicho viviente, las putillas de mapache acribilladas, los soldados, el propio Mapache, aquí no queda ni dios vivo. Según cae un hombre salvaje de la ametralladora, es relevado por el siguiente, hasta que no queda ninguno. El Apocalipsis en un sucio y asqueroso fuerte mexicano.
El grupo se convierte en una leyenda que acaba con el tirano Mapache, a pesar de que a ellos sólo buscaban su fin y su redención, su huida. Su salida de éste asqueroso estercolero, llamado la Tierra.
De nuevo Dawson y los chicos de vestuario enloquecieron cuando Sam les pidió que pintaran de rojo oscuro la sangre de los cadáveres, para darle más realismo a las últimas tomas que muestran el resultado de la matanza. Después la llegada de Deke Thorton, siempre a la zaga del grupo, su lamento por no haber formado parte del momento y por continuar viviendo su miserable vida, vendiéndose como una venerable puta. El polvo, los cadáveres, ríos de sangre, los buitres, el ocaso, el viento, los heridos, la poesía del horror y la destrucción, el lirismo de Peckinpah: “El final de una película es siempre el final de una vida”.
El film tuvo una carrera comercial desastrosa. El estudio cortó algunas escenas, como la de las putas bañándose en vino con el grupo, o algunas frases demasiado duras para bienpensantes, pero al menos disponemos de la versión íntegra en VHS y ahora en DVD.
Los de siempre, las mentes retrógradas, los conservadores, los religiosos extremistas, mentes puritanas, los políticos fascistoides, los boy-scouts, grupos de monjas y algún inepto más, empezaron la campaña de derribo de la película por su excesiva violencia y su supuesta amoralidad. Entre la crítica cinematográfica, sin embargo, hubo sobre todo alabanzas, exceptuando algún crítico sensiblero, al que se le debieron revolver las tripas mientras veía el film. Pero la mayoría observaron todas las bondades y novedades que aportaba la cinta. Cayeron en la cuenta de que era uno de los westerns definitivos, quizá el último de todos, según algunos. Sólo Sam, podría hacer algo similar, John Ford, estaba ya mayor y tenía otro tipo de valores. De hecho, Peckinpah se encontró con el enorme Ford en las escaleras de unos estudios, Sam le dedicó unos cuantos elogios y el maestro, miraba hacia el suelo balbuceando, según los testigos. Era la señal que daba a entender el relevo generacional. Por supuesto que Ford es el padre, pero Sam, sería el hijo aventajado.
Sergio Leone, en cierta manera se aproximó a las claves marcadas por Peckinpah. Clint Eastwood bastantes años después consiguió resucitar el género con la memorable e imprescindible Unforgiven (Sin perdón, 1992), Lawrence Kasdan, en menor medida, con Silverado (1985) y también Michael Cimino, con la malentendida, nada comercial pero impresionante Heaven’s Gate (Las puertas del cielo, 1980).
Sam se quedó sin dinero para la carrera de la mierda de oscares. Las estatuillas requieren muchos dólares, fiestas lujosas, el mejor champagne, las mejores furcias de lujo y gentuza de moda. Los vinos de la mejor reserva, la mejor y más exquisita comida, un director simpaticón con don de gentes... Y Sam no jugaba así. Fue nominada a la mejor música y al mejor guión original, y ahí se quedó. El novedoso y costoso montaje fue obviado por completo. Y también la titánica dirección. La Academia vale su peso en mierda. Aunque Sam seguro que brindaba por no tener que pisar la alfombra roja desde algún cálido puticlub con un scotch en la mano y cuatro preciosas putas acompañando su soledad.
The Wild Bunch es la quitaesencia del western y la renovación absoluta de todos sus valores. Escenarios impresionantes, detalles cuidadísimos, imágenes para recordar toda una miserable vida, personajes que valen oro, interpretaciones geniales, mucha acción con mucha violencia y frases memorables, la mejor de todas pronunciada por el decano de la aldea mexicana: “Todos soñamos con ser niños otra vez, incluso los peores de nosotros...Quizá los peores los que más”.


Publicado en web: verano 2003.
Versión actual conclusa y “corregida” : mayo 2004.

viernes, 28 de agosto de 2009

Una noche casi perfecta


Recuerdo que llegué tarde, para variar. Me he explicado mal, llego tarde cuando me desplazo en automóvil. Eso no quiere decir que nunca pise el acelerador, aunque últimamente, tras dos sanciones económicas por exceso de celeridad, me he calmado un poco. No obstante de cuando en cuando le saco partido a los caballos extra de mi cuadriga. El caso es que los pasos previos a desplazarme en coche me los tomo con calma. Sospecho que en mi imaginario dispongo del suficiente tiempo como para llegar al lugar en cuestión, olvidando que tal vez encuentre algún imprevisto durante la travesía. Continuamente tengo que apresurarme, ya que llego tarde a las citas y aún por encima siempre que voy con prisa, me encuentro por la carretera con algún conductor que acata escrupulosamente los límites de velocidad y que consigue también rebasar los límites de mi paciencia. Aunque sepa previamente que no lo hace con deliberada intención.


Para más inri me perdí. Suena el teléfono, era su dubitativa voz. Titubeaba, ya que imaginaba alguna extraña razón por la que la dejaría plantada. Le pido que me explique el lugar exacto porque hacía años que no pisaba ese costero pueblo y con las nuevas construcciones urbanísticas no concretaba mentalmente el punto de encuentro. Una amable señora con la que conversaba en el preciso momento de sonar el móvil y que paseaba por el iluminado bulevar con un blanco perro en brazos, me aclaraba erróneamente otra dirección al interrogante de lograr encontrar el lugar exacto de la cita. Le doy las gracias a la señora mientras que mi interlocutora telefónica me indica "Te espero en el club náutico, donde divises barcos allí es. A la izquierda y después a la izquierda otra vez."


Al fin llegué al club náutico y tras recogerla en el pactado punto de encuentro comienzo a pedirle mis más sinceras disculpas. Decidimos ir a tomar una copa. Me avergoncé de mí mismo por las excusas tontas que atribuí a mi tardanza. Disculpas que, por otra parte eran reales, pero que tal vez sonaran demasiado forzadas incluso para mí. Mi segunda cita con ella y decido llegar tarde.

Nos dirigimos hacia un bar, estaba en las inmediaciones de una playa de la que desconozco su nombre. Llegamos al lugar y tras aparcar el vehículo caminamos lentamente, mientras tropezamos entre nosotros como dos colegiales, supongo que para sentir el mutuo roce de nuestra piel. Tras cruzar el umbral del pub me sentí un poco ruborizado; Había un numeroso grupo de personas cenando en el mismo. ¿No es éste un lugar de copas? Pues sí, pero los dueños del local tenían invitados. Un combo de músicos que más tarde amenizarían la velada con su country y honkytonk de taberna.


Pedimos unas cervezas y acudimos hacia la amplia terraza, dudamos sobre la mesa a escoger. En aquel momento había tantas mesas libres que era difícil decidirse, aunque tal vez no fuera falta de decisión sino falta de seguridad. El nerviosismo me invadía y parecía que todo se me hacía cuesta arriba. Pensé que sería una penosa velada, una de tantas noches tontas con la mujer equivocada, pero al sentarme en la silla y escuchar su susurrante voz descubrí que aquella cita podría convertirse en una de las mejores de mi vida. Una de esas noches en la que todo es ideal, desde la fantástica temperatura nocturna en la que soplaba una estupenda brisa llegada desde el interior de la ría de Arousa, hasta la compañía de una interesante y hermosa mujer. Sólo dependía de mí. Dependía de mí ubicar todos mis sentidos en la velada o por el contrario, hacer lo que muchas veces hago, evadirme pensando en problemas varios. Me esforcé en optar por la primera opción, era mi noche y aunque estaba cansado y con sueño, nada me privaría de disfrutar de la tertulia y compañía de mi morena amiga.


Se empeñó en buscarme pareja. Allí estábamos, apurando nuestras cervezas, mirándonos a los ojos entretanto charlábamos y ¡ella empecinada en encontrarme una novia! ¿Qué podía hacer yo? Simplemente manifestarle que no me interesaban las otras mujeres. Sólo me atraía ella. En ese momento no codiciaba a ninguna otra mujer, tampoco anhelaba estar en ningún otro lugar del cosmos. Sólo deseaba estar allí, a su lado, escuchándola, participando de una agradable conversación mientras nuestras rodillas se tanteaban tímidamente por debajo de la mesa. De repente, comentó algo sobre una rubia que pasó por delante de nuestra mesa. La rubia se hacía querer, tendría unos veinticinco años y llevaba un veraniego vestido entallado y blanco. Pretendía hacerse ver y lo consiguió, puesto que casi todos los hombres presentes en la terraza del local la observaban.


Mi compañera de mesa realizó un comentario, algo así como que la rubia y yo podríamos hacer buena pareja. Miré la dorada cabellera de la chica y mi compañera de mesa decidió darme unas celosas pataditas con su pie por debajo de la mesa. Mentiría si dijera que sus tímidos puntapiés, casi caricias, no me supieron a gloria. Estaba deseando sentir el roce de su piel y aunque no soy fetichista, solamente con percibir la rozadura de sus zapatos de cuero sobre mi pierna obtuve una inimaginable satisfacción.


Comenzó a sonar la música. Una estrellada y calurosa noche de agosto que se convertía en la velada perfecta. Hendrik Roever hizo rugir su Fender y comenzó a entonar una melodía de Waylon Jennings. Nada podía ser más perfecto. Decidimos pedir otras bebidas mientras la música lo envolvía todo.


Nos miramos a los ojos entretanto seguíamos charlando, el siguiente paso fue buscar el contacto físico, nos tocamos las manos en medio del perspicaz coloquio que estábamos creando. Aunque en realidad lo que estábamos imaginando era un pequeño mundo dentro del bar en el que nos encontrábamos.

Me sentía el rey del planeta por un diminuto instante. Un pequeño momento que llevaré grabado en mi retina para lo que me resta de vida.

Cuando terminamos las bebidas una camarera, sin mediar palabra, nos retiró los vasos de la mesa, parecía que nos estaba invitando a irnos. Llegue, consuma y deje sitio para los siguientes, aparentaba indicarnos.


Nos levantamos de la mesa mientras seguíamos en nuestro mundo, con nuestro coloquio y nuestras miradas. Salimos del local y con la voz de Hendrik sonando de fondo, la besé apasionadamente; Sentí el frenesí de sus labios y el calor de su cuerpo pegado a mí. Esa noche llovieron estrellas y aunque no lo advertimos, fue casi perfecta. Siempre seguirá existiendo la persona que fui aquella noche.

jueves, 27 de agosto de 2009

"Sin cuartel"


Había llovido. La acera estaba mojada. Caminamos deprisa, se hacía tarde. Llegamos al teatro en medio del frío y de la contaminación acústica que llenaba ciudad. Allí estaban, preparando el equipo. Benditos técnicos, sin ellos nada de ésto sería posible. Subimos al escenario en medio del caos. Nos llaman la atención: "¿¡Quienes sois vosotros!?", "Somos la banda", "¿Vosotros sois la banda?" Pues sí, éramos la banda, teníamos que ser los primeros en llegar y hemos sido los últimos. La sobrecarga emocional hacía que se nos encogieran las tripas y las dudas sobre nosotros mismos nos convertía en víctimas de nuestro propio pánico interno.



Era nuestro bautismo de fuego pero no teníamos whisky, lo único que quedaba era una botella de vodka "Petroff". Recuerdo la primera vez que probé ese aguardiente, aunque en realidad no lo recuerde, fue en una taberna que dudo si existe en la actualidad o por el contrario sucumbió entre la suciedad y la mugre acumulada. El antro en cuestión tenía una especie de alambradas gallináceas en la techumbre y las paredes teñidas de negro o pigmentadas de ese bruno color por omisión de aseo. Los fines de semana se llenaba de jóvenes que consumíamos unos "cubalitros" aderezados con pajitas y en vasos de plástico con el licor escogido, hielo y un colorante refresco. Bebíamos por las pajitas el asqueroso brebaje mientras nuestros diviesos rostros dibujaban visajes con todo tipo de formas. Había pasado mucho tiempo pero recordaba con cariño aquella caverna hostelera.


Miraba la etiqueta de la rusa botella mientras evocaba aquel lejano antro y como entrañable homenaje decidimos pedir unos zumos y un poco de hielo al camarero de turno. El infortunado hombre estaba rellenando la nevera con botellas de cerveza, nos agenciamos unas redomas aunque la alcohólica bebida estaba caliente. Estábamos excitadísimos y nuestro primer brindis fue en recuerdo de aquel ajumado cubículo.


Calmamos un poco la sed y los nervios previos a la descarga sonora con unas dosis alcohólicas. Llegó la prueba de sonido, el amigo encargado de la mesa hizo lo que pudo mientras nosotros construíamos balbuceos con nuestros instrumentos.


La sala comenzó a llenarse con lentitud y los nervios me destrozaban el estómago. Ante la falta de calmantes para el buche decidí empaparme de "Petroff" que aunque no sea muy apetecible por lo menos ejecuta los gérmenes internos. Gérmenes del cuerpo y del alma, gérmenes que convierten a una persona sosegada y tranquila en un emocional animal sudoroso y excitado. "Llegó la hora", nos avisan. "Sin cuartel" me dije a mi mismo, la garganta se me secaba y las sudorosas palmas de las manos temblaban. Salimos con los instrumentos en ristre. No se veía nada, no sabía si la sala estaba vacía o llena, los focos me cegaban. Sólo algún grito, algún silbido y el tímido murmullo me hacía creer en la concurrencia del local . Me coloqué en mi lugar, enchufé el bajo, conecté el amplificador y de nuevo probé sonido. Nos miramos. Los ojos de mis compañeros brillaban bajo la tenue luz azul de los focos. Excitadas sonrisas mutuas. A la señal comienza la descarga, entra la guitarra con el riff machacón, la sección rítmica y comenzamos a toda pastilla, cierro los ojos, el pánico no me deja ver, me acerco al micro y comienzo a frasear estoicamente: "Take to the sunspot, now I wanna go home/Flash on the Citadel having too much fun/Atomical baby, I think your moon is dead/Last push of royalty into your bobbing head..."