martes, 13 de noviembre de 2012

De como Dio devoró a Gio.



Todos tenemos un lado oscuro en nuestro interior, desértico o florido, según las personas, un paraje que unas veces sobresale y otras te engulle en su oscuro intrínseco.

Gio era un hombre alegre y cinéfilo, inteligente y vivo, gran amante de todas las artes y genial pintor; lo que se dice un hombre de mundo, vaya. Recuerdo cuando le conocí, era el único rockabilly con barba que pululaba por mi ciudad. Hoy en día bullen montoneras de rockabillys barbados por las ciudades de este país, pero hace treinta años él era de los pocos, no voy a decir el único, pero sí de los pocos.

Entre otras muchas cosas me contagió su devoción por el festival de cine de esta hermosa ciudad, Pasión infinita por el cine que aún, a día de hoy atesora. Juntos compartimos kilómetros de cintas e infinidad de risas y copas nocturnas. Era un gran bailarín, fumador de habanos, además de un gran conversador y pícaro ligón, siempre tras las chicas guapas, o menos guapas. Recuerdo que, en aquella época, vestía con beisbolera, zapatos boogies y barba, era como aquella canción que cantaban Dean Martin y Ricky Nelson,"My rifle, my pony and me".

Hasta que un día la vida le traicionó, o se sintió traicionado por ella, y ese día comenzó a cambiar. Todos tenemos un lado oscuro en nuestro interior, oscuridad que no queremos o pretendemos que no se exteriorice, pero a veces decide emerger de entre los poros de la piel y se materializa en forma de aura a nuestro alrededor. Ese aura salió del interior de Gio, haciéndose con él y con su personalidad, devorándolo. Parecía que esa materialización se afianzaba con los años, tranformándolo, asfixiándolo. Gio nunca se rebeló contra esa materia negra, la hizo suya, paladeándola y masticándola a cada instante. Con cada inspiración la hizo suya, la apalpaba y la disfrutaba como si fuera un tesoro. Cuando ese lado oscuro lo poseyó por completo, se hizo con su ser, con su cuerpo y con su alma, manifestándole sus más primarias preferencias.

Hoy en día Gio ya no existe, no existe aquella persona, con los años se ha ido transformado en Dio, no en Ronnie James Dio, sino en Diógenes, ese aura negra se ha apoderado de él. Ahora Diógenes se ha convertido en alguien huraño, descuidado y holgazán. Alguien que almacena diarios viejos y amarillos para, según dice, crear su propia hemeroteca casera, aunque su otro yo, su negra aura, percibe, al igual que percibimos muchos, que nunca alcanzará era meta, no porque no se lo proponga sino porque es un imposible y porque de entre tantos elementos acumulados, él mismo, como reconoce a veces, no sabe por donde empezar.

 Su metamorfosis le ha llevado años pero creo que ya está completada. Ahora se dedica a coleccionar todo tipo de cosas. Hacina sin control montoneras de libros, discos y amarillentos periódicos viejos. Al Dio actual no le importan los amigos más intimos, camaradas que, por otra parte, está perdiendo poco a poco, alejándolos de su vida mientras se encuentra absorto en el desorden de su hogar.

Gio finalmente se ha transformado en Dio y creo que se quedará así para siempre. Lo que más llama la atención de la gente en general, o mejor dicho, lo que percibe la gente es la hediondez, Dio hace semanas que no se lava los dientes, ni la ropa, ni el cuerpo. Su pelo rebosa grasa, caspa y suciedad y su ropa está llena de lamparones y de fragancia corporal.

Su almacenamiento hogañero no conoce límites, un día quería llevar para su casa unas sillas aparcadas al lado de un contenedor de basura, hasta que comprobó por si mismo que las sillas estaban allí por algo, porque estaban rotas. Asimismo almacena un videoclub entero colmado de deuvedés, una completa librería llena de libros, algunos interesantes y otros menos, además de un montón de televisiores y aparatos de tedeté que no sirven absolutamente para nada.

Muchos echamos de menos a Gio, pero hoy entre nosotros disfrutamos de su modificada personalidad, observamos detenidamente su nueva actitud y constatamos la realidad, Gio se ha transformado en Dio (genes).

Por suspuesto que nadie es quien para juzgarle, ni a él ni a nadie, pero es triste ver como alguien, que para más inri ha perdido su empleo, se consume en su miseria interior, mientras crece su desidia.