jueves, 10 de febrero de 2011

Extraño suceso.




Supongo que la vida está ahí, hay que vivirla. Lo supongo porque estoy vivo, esto que escribo es una mierda y no sé lo que debo escribir. La verdad es que envidio a Xabi por soltar esas parrafadas así, de esa manera y quedarse tan ancho. Es genial poder deshacerte del lastre por medio de la escritura, aunque, tal vez lo mejor sea ver a donde me lleva este texto inútil.


El otro día soñé con una estatua con forma humana, subida a su atril, un enorme atril tallado en mármol blanco y con incrustaciones metálicas. Pensé que eran horribles, no entendía como alguien con talento para tallar semejante fisonomía perfecta, podía incrustar en su atril aquel metal oxidado.

La estatua me miró, sus ojos tenían vida, brillaban y creí que balbuceaba unas palabras en un idioma que no conocía. Miré alrededor y creí ver una figura que se acercaba, era Diógenes que caminaba hacia su casa, pasó por mi lado, no me veía. Es un sueño, me dije, por eso no puede verme a pesar de realizar aspavientos y de hablarle. La estatua siguió balbuceando en ese condenado idioma, le dije que lo sentía pero que no entendía, y seguí a Diógenes hacia su casa. Cruzamos un viejo puente por encima de un río, subimos una cuesta y allí estaba su hogar, su casa, su vida entre cuatro paredes de ancha piedra. Para acceder a la misma había que subir una angosta escalera de cemento, allí estaba la vieja puerta mal pintada en color verde, sacó una llave y abrió la misma. Un olor a suciedad y a putrefacción llegó a mi nariz. Diógenes entró y dejó la puerta abierta, abrió la ventana de una habitación que resultó ser la cocina y la claraboya de la habitación del fondo. Decidí entrar conteniendo la respiración. El piso era de madera vieja, Diógenes tenía una cocina y un baño en perfecto estado de uso, pero sucio. Aquello estaba plagado de polvo y de cosas. ¿Cosas? Sí, cosas. Películas en VHS y DVD, periódicos amarillentos del año 1989, discos de vinilo, Cd's... Todo amontonado, unas cosas encima de otras, polvo, mal olor y bichitos que me picaban y me subían por las piernas. Decidí salir de la casa para poder respirar. Oí como Diógenes encendía su televisor y se disponía a romper papeles viejos y a hacer un montón con los trozos mientras un reality era emitido a todo volumen.

Bajé la angosta escalinata, miré alrededor y observé todas las casas de una y dos plantas que había alrededor, hasta que alcé la vista y vi la casa del Presidente. ¿Porqué no? Me dije. Y me dirigí a la misma. Unos grandes y espesos muros rodeaban la finca, pero me colé entre los barrotes. Nadie me vio. Era un sueño. Caminé unos cien metros por encima del húmedo césped, descalzo y en pijama y me topé con el Presidente. Era alto y desgarbado, con gafas, estaba tomando un zumo de pomelo y leyendo unas notas para un, supongo, discurso. Digo supongo porque leí por encima de su hombro y probé el zumo. No podía verme, era un sueño. Miré la casa, era enorme, y me pregunté que haría Diógenes de tener esa casa tan grande, ya sé, la llenaría de cosas que no valen para nada.

Decidí irme para no molestar al Presidente con mi presencia, aunque no pudiera verme, aunque tal vez llegara un momento en el que me materializaría. Decidí irme a casa. Caminé, quedaba a unos cinco kilómetros, me dije que tal vez pasara el autobús o un taxi que me evitara el trayecto, más que nada porque estaba dormido y al día siguiente tenía que madrugar para ir a trabajar. No había tráfico, ni tampoco gente por las calles, deambulé durante mucho tiempo, horas, y me encontré con la estatua. Allí, a su lado estaba Diógenes, intentaba desclavar la estatua del suelo para llevarla a su casa. La estatua intentaba hablar y Diógenes le decía a gritos que si iba con él a su casa le haría compañía.

Entonces pasó por allí un gran coche negro, se bajó la ventanilla trasera y allí estaba acomodado el Presidente, la verdad es que no sabía como podía haber llegado con ese enorme coche en el que no había nadie tras el volante. El Presidente miró la escena, no entendía nada y yo tampoco. Diógenes miró al Presidente y siguió a lo suyo. Decidí continuar el camino hacia mi casa.

A veces hay gente que lo quiere todo y todo lo desea, supongo que así es el ser humano. Al entrar por la puerta de casa decidí desayunar ya que estaba amaneciendo, en ese momento sonó el despertador. Me desperté, me levanté de la cama de un gran salto y comprendí definitivamente que todo era un sueño, aunque estaba muy cansado, supongo que sería por la aluzinación que acababa de tener.

Con la garganta seca y los ojos llenos de legañas me dirigí hacia la cocina, todo lo que necesitaba era un gran vaso de agua fría, cual fue mi sorpresa al llegar a la misma y verme a mí mismo en pijama desayunando. La cafetera echaba humo y el aroma del café llenó mi nariz. Me pregunté a mí mismo, o sea al otro yo que estaba desayunando, que hacía allí y me respondí a mí mismo que estaba almorzando después de comentar la extraña noche que había pasado. En fin, que decidí beber el vaso de agua, darme una ducha fría y vestirme para ir a trabajar, no quería llegar tarde. Y nos fuimos, yo y yo mismo, a entrevistar al Presidente a su enorme casa, antes pasamos a visitar a Diógenes y a su nuevo amigo, la estatua balbucenate. Decidí dejar a mi otro yo con Diógenes y su nueva estatua, de lo contrario el Presidente creería que acudía a la entrevista en compañía de mi hermano gemelo.

1 comentario:

  1. Pues has acertado, después de la parrafada, me quedo tan ancho. Por eso tardo tanto en volver a escribir algo.

    Me alegro de que hayas tenido un sueño tan intenso, son agotadores, pero te dejan de puta madre (a mí por lo menos me pasa).

    No es una delicia recordar al instante un sueño en el que has vivido una falsa realidad? Es mejor que la realidad virtual. Cuándo sueñas con esa intensidad te cuesta dejar de creer que el lugar en el que has estado no existe de verdad. En cambio, en un espacio virtual eres consciente de su irrealidad.

    Qué sigas teniendo sueños así de chulos y saluda a Diógenes de mi parte cuándo pase por ahí a verte. La estatua, en cambio, no me doy cuenta de haber coincidido nunca con ella.

    Un saludo

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